El Soberbio, Julio 2012
Con la idea de seguir buscando las piezas del rompecabezas
que pudieran completar esta historia, viajé al lugar donde todo empezó, Pindo
Poty, la comunidad a la que pertenecía Julián. Fuimos con el cinemovil,
recorriendo los 250 km. de ruta que van desde Posadas hasta El Soberbio y los
30 km. de tierra que unen el pueblo con la aldea. En el camino de tierra, nos
encontramos con Alejandro Benítez, el cacique de la comunidad, que estaba
enterado de nuestra visita. Subió al cinemovil y nos fue indicando el camino
hasta Pindo Poty, que aparecía igual a la imagen que recordaba de él. Ya en la
aldea empezamos a armar el cine en un salón de la escuela inaugurada hace un
par de años. Enseguida se acercarse muchos chicos, que dejaron un rato el monte
y se quedaron custodiando los preparativos para la proyección. Cuando estuvimos
listos, llamamos a Alejandro, quien se acercó al salón con casi todos los hombres
y mujeres de la aldea. Al empezar la película, quedaron todos hipnotizados
frente a la pantalla, al igual que lo habían hecho Leonarda y Crispín en la
habitación del hospital en Buenos Aires. Sólo se levantaron en medio de la
proyección un hombre y sus hijos, a quienes vino a buscar un colono de la zona para trabajar en su
chacra. Y al igual que Leonarda en la película, esa fascinación por la pantalla
se reavivó con la escena de los Backyardigans. Un nene de un año y medio, al
que la mamá estaba amamantando para que dejara de llorar, dejó la teta al
primer acorde de la canción para poder ver los dibujitos. Recién al terminar la
escena volvió a llorar y su mamá volvió a darle la teta. Cuando terminó la
película, los chicos volvieron al monte a jugar y las mujeres salieron detrás
de ellos. Yo me acerqué a Alejandro y le pregunté qué le había parecido lo que
había visto. Hablamos un poco del abordaje de la cuestión judicial y de la
medicina tradicional guaraní, hasta que finalmente me dijo: “Nosotros queremos
saber qué buscas con la película. ¿Es mostrar por mostrar?” Y en ese momento me
enfrentó a la pegunta que me hago desde la primera vez que prendí la cámara
frente a Julián. Y más que darle una respuesta, sólo pude compartirle mis
dudas. Le dije que yo sabía que la película no podía mostrarles su
espiritualidad ni descubrirles un mundo nuevo, pero que sentía que esas
imágenes debían volver al monte, porque aunque las hubiera tomado en la ciudad
creo que es esa otra tierra a la que pertenecen. Y entonces Alejandro me regaló
una respuesta, me dijo que la película la tenían que ver lo médicos, los
jueces, las autoridades, los blancos, para que vean lo que hacen con su
comunidad. Para que vean en la pantalla, lo que no pueden ver alrededor suyo.
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